Sólo puedo caminar junto a otros que no buscan llegar a ninguna parte
y se pierden en bosques, campos, montes, ciudades, marismas.
Caminantes mudos, deambuladores natos.
Hasta en un saludo casual, reconocibles.
Sólo puedo caminar junto a ellos, no con ellos.
En realidad, siempre camino sola
por la simple motivación de hacerlo.
Cuando cierro los ojos, la imagen de la calma
me devuelve un camino serpenteando hasta el cielo,
que comienza en asfalto y continúa en piedra,
que se extiende por llanuras, serranías, mesetas,
que bordea una playa de aguas aceradas,
que sube y baja lomas,
que vira y que revira,
que se interna entre lengas,
espinillos, cipreses,
álamos, coihues, robles,
sauces, eucaliptos,
frutales, girasoles,
lino, trigo, pradera,
mosquetas y mistoles.
Caminar sin propósito
para liberar la mente,
dialogar con demonios,
espantar a la muerte,
preguntar sin esperanza
de recibir respuesta,
escribir lo no escrito,
encontrar la memoria,
explorar los rincones
hace tiempo olvidados,
evocar a los muertos,
pensar en la existencia,
ordenar presupuestos,
reencontrar las razones
de la propia desidia,
ordenar los pendientes,
descartar los fracasos,
levantar las alfombras,
revisar que no quede
nada barrido abajo.
aprender que no somos
más que polvo del polvo
de millones de estrellas
que hace años no existen,
el segundo extraviado
de un tiempo que pasa
que ya pasó,
que es nada.
Caminar sin hallar nunca el camino a casa.
Comprender que un hogar puede ser,
también,
una persona
uno mismo,
por qué no.