(encontrado en un cajón del drive de algún día entre 2016 y 2017)

Romanova
2 min readMay 7, 2024

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Soy la persona a la que se acercan los amigos cuando ya están ahítos de vida y empiezan a pasarla mal. El hombro en el que llorar, el depósito de los problemas. El resto del tiempo hacen la suya lejos de mí y está muy bien. No necesito ser presencia forzada en una vida en la que no tengo sitio. Soy incómoda por lo impredecible, supongo, o porque no se puede saber bien lo que pienso. O porque no me interesan las mismas cosas que a la mayoría de las personas.

Voy por un creciente desapego de la vida ajena que no consigo disimular. No es desinterés. Es que no doy abasto. Por recordar detalles de otros olvido algunas cosas que son cruciales para mi supervivencia emocional. Como, por ejemplo, saber separar la demanda genuina de la proyectiva. Saber cuándo decir que no. En la urgencia ajena concentro todo el esfuerzo que debería estar aplicando en aprender nuevos mecanismos de preservación. Mis propias urgencias quedan desplazadas. Esta es la razón por la que cada vez me aíslo más y la escribiría en algún lado si supiera que le puede servir o importar a alguien.

Hasta ahora, todas mis manifestaciones escritas recibieron escasa atención. Nadie me lee con la atención que pongo yo al leerles, por devolución recibo silencio la mayor parte del tiempo. Y hace tiempo también he olvidado qué se siente cuando alguien te escucha con genuina atención. Hasta mi psicóloga bosteza cuando le hablo. ¿Ya somos micromundos encerrados en nosotros mismos y el resto un perpetuo disimulo? ¿Cuántos de todos estos amigos que a veces extraño experimentarán la misma sensación de alivio que siento cuando llego a mi casa y no tengo que volver a salir?

Eso está muy bien, no lo niego. Pero a veces, sobre todo cuando estoy con el spm, extraño sentirme requerida y que alguien tenga ganas de verme. Tantas ganas que arme un plan exclusivo para verme. Que me facilite todas las cosas y me diga “no pienses en nada, voy/venite”. Que me diga sin palabras “realmente tengo ganas de verte, de conversar”.

No sé cuándo me pasó esto por última vez. Sí sé que me gustaría que volviera a pasar al menos una vez cada tanto.

Pero así no funciona la cosa con los masticadores de veneno ajeno. No soy buena compañía para los momentos tranquilos y la felicidad, sino para algo puntual. Un evento, un dolor, una circunstancia, una fecha, una necesidad. El resto del tiempo me manejo como actor fuera de papel, interactúo de forma acartonada y poco natural. Los masticadores de veneno tenemos salidas de guión extemporáneas y comentarios fuera de lugar. No sabemos manejar la frivolidad a petición.

La relación interpersonal es un caos.

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