Viaje

Romanova
1 min readDec 7, 2018

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Muerdo a escondidas la carne que pronto estará colocada cerca del fuego, en un rito secreto que ya no me avergüenza pero que todavía ejerzo en la intimidad. Muerdo la carne cruda, apenas la mastico; trago con la urgencia de los depredadores. Muerdo tu carne en la penumbra de un cuarto que no es el nuestro, la memoria muscular signa toda mi historia. Carne reblandecida en contacto con muchas horas de agua, carne templada por el sol, carne asada de ampollas yaciendo en un colchón de hojas de aloe vera y rodajas de tomate. Carne frágil, carne blanca y sólida como el mármol, constelada de pecas y lunares. Carne amoratada. Carne con aureolas de quemaduras de cigarrillo y raspones. Carne atravesada por estrías, redibujada por las venas que la piel trasluce. Mi carne, nuestra carne. Viajo al interior, al instante del nacimiento, repercibo los aromas (salobre, dulzón, metálico), evoco la carne rosada, los jirones de mi hogar ancestral. La asfixia de mi propia sangre. Muerdo la carne, dientes devorándose a sí mismos. Hay caranchos sobre la ruta. A veces nuestros corazones se sumergen en un mar devónico. Quinientos kilómetros atrás, volaban con los cóndores en un cielo claro.

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